"Business is business" parece ser la excusa para olvidar la ética en el trabajo. Pero cuando se trata de cuidar nuestro planeta ¿sirve el mismo argumento?
Parece que sí. Desde el punto de vista puramente económico (y por tanto nada utópico), la única manera de que cuidemos un recurso es el ponerle un precio. En parte, este argumento se basa en la teoría de la Tragedia de los recursos comunes (Esp / Eng) y ha dado lugar a los programas de reducciones de emisiones de gases a efecto invernadero, basados fundamentalmente en cuotas o "créditos" y la posibilidad de intercambiarlos.
Lo nuevo es que los países ricos van a poder comprarles créditos para contaminar a los más pobres. Según Yvos de Boer, a la cabeza de la convención marco de las NN UU sobre cambio climático, los países ricos ya están reduciendo sus emisiones, con lo que es difícil que vayan más allá, mientras que los países pobres aún tienen margen de maniobra.
En teoría suena bien; si en total se reducen las emisiones, ¿qué importa quién lo haga? Pero algunas asociaciones ecologistas ya han reaccionado, explicando que son los países desarrollados los mayores responsables del cambio climático y que, por tanto, liberar aun más un mercado del carbono que no está dando los resultados esperados no es la solución.
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